Es muy complejo saber si puede existir la amistad entre los hombres y las mujeres. Creo que no es posible generalizar ya que debe depender de cada relación en si. No se pueden medir a todas con la misma vara. Algunos utilizan la amistad como excusa para que haya un acercamiento más íntimo, otros terminan acercándose sin haberlo pensado y otros se acercan sólo por una cuestión de sintonía y sin ninguna intención "extra". Después de todo, tampoco tiene que gustarnos cualquier persona del sexo opuesto por más afinidad que haya.
Lo que si es cierto es que si la amistad entre el hombre y la mujer tiene que ver con nuestra pareja, inevitablemente las dudas van a aparecer sin que las llamemos. Ese mismo tema tenía preocupada a mi amiga Verónica, que nunca se particularizó por ser celosa pero esta vez le aparecieron todos los celos juntos. Decía que desde que entró a trabajar Claudia al empleo de su marido, él no dejaba de hablar de ella, de lo bien que se llevaban, de lo inteligente que era para ese puesto, de que salían juntos a almorzar, etcétera. Verónica estaba atacada. Y la gota que rebalsó el vaso fue cuando en la mitad de una cena Rodrigo recibió un mensaje de texto de "su amiga". Al ver la cara de su mujer comenzaron los gritos. Al principio no le quería mostrar el telefonito porque decía con indignación que cómo no iba a confiar en él. Pero al ver que la charla comenzaba a ponerse cada vez más dura terminó por dejar que mi amiga espíe el codiciado mensaje.
"No decía nada. Es más, no entendía bien, hablada de una charla con otro compañero", balbuceaba Vero poco convencida. Mi consejo al principio fue que no se hiciera problema, seguramente era la novedad y si tuviera algo que ocultar no la nombraría delante de ella. Pero Vero estaba alterada. A medida que pasaban los días me iba contando que los mensajes de texto eran cada vez más frecuentes y a cualquier hora. "Ni siquiera tiene la delicadeza de ubicarse y pensar que se trata de una casa de familia con chicos", exclamaba. Por otra parte, aseguró que a Rodrigo se lo veía cada vez más contento, ahora se interesaba por vestirse bien cuando nunca le había gustado comprarse ropa...
Tan mal la notaba, que mi consejo fue plantear una charla seria de pareja. "Tienes que hablar con él y preguntarle qué es lo que le pasa con ella y también contigo", le dije. Aunque Vero estaba segura de que no le diría la verdad, yo le expliqué que por lo menos tendría la posibilidad de observar su reacción. Gracias a mi consejo, así lo hizo. Esa misma noche pensó en un planteo que le estampó en el rostro ni bien llegó de la oficina; y no salió del todo feliz.
Rodrigo se enojó, mejor dicho, se indignó alegando que cómo no iba a confiar en él, que siempre le aseguró que es el amor de su vida. A decir verdad, cuando escuché eso no me pareció muy bueno el pronóstico. ¿Cómo decirle a mi amiga que en realidad ya empezaba a sospechar yo también? Entonces, antes de abrir la boca y cometer un error le sugerí: ¿Por qué no le pides que te la presente? Así puedes conocerla y verás tu misma cuál es la conexión entre ellos. Así lo hizo, pero no resultó. Rodrigo se mostraba cada vez más molesto con los planteos de su mujer y le volvió a contestar con un rotundo: no.Entonces, Verónica, segura de que algo pesado le estaba ocultando su marido, decidió tomar el toro por las astas y caer sorpresivamente en la oficina.
Ese día llegó muy nerviosa y luego de saludar a los compañeros de Rodrigo, le dijeron que él había salido por un momento de allí. En ese instante en su cabeza comenzaron a figurarse muchos pensamientos de cualquier tipo. Ya los imaginaba llegando juntos con el cabello mojado. Su corazón latía muy fuerte hasta que alguien desde atrás, palpándole la espalda, le dijo: "tu debes ser la mujer de Rodrigo. Mucho gusto, soy Claudia". Cuando se dio vuelta para saludarla se encontró con una mujer alta, de cara amable, de unos 55 años que no correspondía para nada con la imagen que se había creado en su cabeza. Nada que ver. Entre asombrada y contenta (todavía quedaban por aclarar muchos puntos que no entendía) mantuvo una simpática charla con ella, en la que se dio cuenta de que se trataba de una mujer confianzuda con una personalidad particular. Lo importante es que ya estaba segura de que no el tipo de su marido. "Es verdad que sólo son amigos", pensó. Aunque por un momento se preguntó si no sería ella la que estaba entusiasmada con él. Pero viendo su modo de actuar con los otros compañeros de la oficina se percató de que se trataba de un personaje muy especial.
Ya de noche, el reencuentro con su marido fue diferente. Tuvo como ganas de festejar y dejó a los niños en lo de su madre para organizar una cena a la luz de la vela. Sin embargo, no podía faltar la pregunta: "¿Por qué no me habías aclarado que se trataba de una mujer grande?", le reprochó. "Primero porque estabas enceguecida y no escuchabas nada de lo que te decía", contestó Rodrigo. "Y segundo porque en el fondo me gustaba ponerte un poco celosa, me di cuenta de que todavía te importo. Nunca te había visto así".
De más está decir que entre la felicidad de Vero por haber alejado a sus monstruos y la alegría de su marido, por haber comprobado cuánto lo quería aún su mujer, esa noche pudieron revivir la pasión que hacía bastante tiempo estaba tapada por la alfombra de la rutina.
Lo que si es cierto es que si la amistad entre el hombre y la mujer tiene que ver con nuestra pareja, inevitablemente las dudas van a aparecer sin que las llamemos. Ese mismo tema tenía preocupada a mi amiga Verónica, que nunca se particularizó por ser celosa pero esta vez le aparecieron todos los celos juntos. Decía que desde que entró a trabajar Claudia al empleo de su marido, él no dejaba de hablar de ella, de lo bien que se llevaban, de lo inteligente que era para ese puesto, de que salían juntos a almorzar, etcétera. Verónica estaba atacada. Y la gota que rebalsó el vaso fue cuando en la mitad de una cena Rodrigo recibió un mensaje de texto de "su amiga". Al ver la cara de su mujer comenzaron los gritos. Al principio no le quería mostrar el telefonito porque decía con indignación que cómo no iba a confiar en él. Pero al ver que la charla comenzaba a ponerse cada vez más dura terminó por dejar que mi amiga espíe el codiciado mensaje.
"No decía nada. Es más, no entendía bien, hablada de una charla con otro compañero", balbuceaba Vero poco convencida. Mi consejo al principio fue que no se hiciera problema, seguramente era la novedad y si tuviera algo que ocultar no la nombraría delante de ella. Pero Vero estaba alterada. A medida que pasaban los días me iba contando que los mensajes de texto eran cada vez más frecuentes y a cualquier hora. "Ni siquiera tiene la delicadeza de ubicarse y pensar que se trata de una casa de familia con chicos", exclamaba. Por otra parte, aseguró que a Rodrigo se lo veía cada vez más contento, ahora se interesaba por vestirse bien cuando nunca le había gustado comprarse ropa...
Tan mal la notaba, que mi consejo fue plantear una charla seria de pareja. "Tienes que hablar con él y preguntarle qué es lo que le pasa con ella y también contigo", le dije. Aunque Vero estaba segura de que no le diría la verdad, yo le expliqué que por lo menos tendría la posibilidad de observar su reacción. Gracias a mi consejo, así lo hizo. Esa misma noche pensó en un planteo que le estampó en el rostro ni bien llegó de la oficina; y no salió del todo feliz.
Rodrigo se enojó, mejor dicho, se indignó alegando que cómo no iba a confiar en él, que siempre le aseguró que es el amor de su vida. A decir verdad, cuando escuché eso no me pareció muy bueno el pronóstico. ¿Cómo decirle a mi amiga que en realidad ya empezaba a sospechar yo también? Entonces, antes de abrir la boca y cometer un error le sugerí: ¿Por qué no le pides que te la presente? Así puedes conocerla y verás tu misma cuál es la conexión entre ellos. Así lo hizo, pero no resultó. Rodrigo se mostraba cada vez más molesto con los planteos de su mujer y le volvió a contestar con un rotundo: no.Entonces, Verónica, segura de que algo pesado le estaba ocultando su marido, decidió tomar el toro por las astas y caer sorpresivamente en la oficina.
Ese día llegó muy nerviosa y luego de saludar a los compañeros de Rodrigo, le dijeron que él había salido por un momento de allí. En ese instante en su cabeza comenzaron a figurarse muchos pensamientos de cualquier tipo. Ya los imaginaba llegando juntos con el cabello mojado. Su corazón latía muy fuerte hasta que alguien desde atrás, palpándole la espalda, le dijo: "tu debes ser la mujer de Rodrigo. Mucho gusto, soy Claudia". Cuando se dio vuelta para saludarla se encontró con una mujer alta, de cara amable, de unos 55 años que no correspondía para nada con la imagen que se había creado en su cabeza. Nada que ver. Entre asombrada y contenta (todavía quedaban por aclarar muchos puntos que no entendía) mantuvo una simpática charla con ella, en la que se dio cuenta de que se trataba de una mujer confianzuda con una personalidad particular. Lo importante es que ya estaba segura de que no el tipo de su marido. "Es verdad que sólo son amigos", pensó. Aunque por un momento se preguntó si no sería ella la que estaba entusiasmada con él. Pero viendo su modo de actuar con los otros compañeros de la oficina se percató de que se trataba de un personaje muy especial.
Ya de noche, el reencuentro con su marido fue diferente. Tuvo como ganas de festejar y dejó a los niños en lo de su madre para organizar una cena a la luz de la vela. Sin embargo, no podía faltar la pregunta: "¿Por qué no me habías aclarado que se trataba de una mujer grande?", le reprochó. "Primero porque estabas enceguecida y no escuchabas nada de lo que te decía", contestó Rodrigo. "Y segundo porque en el fondo me gustaba ponerte un poco celosa, me di cuenta de que todavía te importo. Nunca te había visto así".
De más está decir que entre la felicidad de Vero por haber alejado a sus monstruos y la alegría de su marido, por haber comprobado cuánto lo quería aún su mujer, esa noche pudieron revivir la pasión que hacía bastante tiempo estaba tapada por la alfombra de la rutina.