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Trampantojo, cuando la pintura engaña a la vista

"Escapando a la Crítica", pintura del español Pere Burrell del Caso / Foto: Wikimedia Commons

Durante el Renacimiento se hizo muy popular una historia —con tintes de leyenda— que Plinio el Viejo había recogido en su célebre Historia Natural. En el relato se narra la gran rivalidad que existía entre dos pintores griegos del siglo V a.C., Zeuxis y Parrasios, por ver quién de los dos era mejor artista.
Con la intención de zanjar de una vez por todas esta cuestión, decidieron celebrar un concurso presentando una pintura cada uno. Zeuxis fue el primero en mostrar su obra, en la que aparecía un bodegón con unas uvas tan bien representadas y apetitosas que algunos pájaros que se encontraban allí cerca se acercaron con intención de picotearlas, tomándolas como reales.
Ufano por su logro, Zeuxis urgió a Parrasios para que quitara la tela que cubría su pintura, y así decidir quién de los dos era el ganador. En ese instante, Parrasios reveló a su rival que la tela era en realidad parte de la pintura, por lo que Zeuxis había sido engañado por su gran calidad, y derrotado. El relato anterior es casi con certeza una leyenda, pero ejemplifica a la perfección el interés de algunos artistas por representar la naturaleza con la mayor fidelidad posible.
Aunque la pintura es en sí misma una expresión artística ilusoria, pues busca la representación de una escena en tres dimensiones sobre una superficie bidimensional (lienzo, muro, papel, etc.), existe una técnica pictórica que busca, de forma intencionada, provocar un engaño en el espectador, aprovechando distintos efectos ópticos y el uso de la perspectiva: es el trampantojo.
El propio término, tanto en español como en francés —trompe-l'oeil— hace alusión a "engañar al ojo", y a lo largo de la Historia del Arte esta técnica ha sido empleada por multitud de artistas, ya fuera como forma de mostrar la excelencia de su técnica, como acompañamiento de construcciones arquitectónicas o por mero divertimento.
La falsa cúpula de la iglesia de san Ignacio en Roma. (Wikimedia Commons)Un ejemplo muy gráfico —nunca mejor dicho—, lo constituye el lienzo Escapando de la crítica (1874), del español Pere Borrell del Caso, que suele reproducirse en artículos y monografías sobre los trampantojos. En otros casos, la recreación de la realidad es mucho más extrema, como sucede en algunas pinturas murales del artista barroco Andrea Pozzo.
Pozzo fue un arquitecto, pintor y jesuita italiano a quien, a finales del siglo XVII, se le encargó la decoración pictórica de la iglesia de San Ignacio en Roma. La construcción del templo había sido financiada por la poderosa familia Ludovisi, pero a mediados del siglo XVII dejó de llegar dinero y los constructores se vieron obligados a dejar la iglesia inacabada, quedando por concluir la cúpula.
Como solución temporal se decidió "cerrarla en plano" —es decir, cubrir el espacio que debía ocupar con una techumbre plana—, y se le pidió a Pozzo que pintara una falsa cúpula. El resultado, como se puede apreciar viendo la imagen que acompaña estas líneas, resulta asombroso.
Aunque la decoración de la cúpula es impresionante, aún más espectacular es la obra que Pozzo realizó en la bóveda de la nave de esa misma iglesia. Allí, el artista italiano representó el tema de la Apoteósis de san Ignacio con tal maestría —haciendo un uso increíble de la perspectiva y la composición— que logró la ilusión de un cielo que se abre por encima de arcos, muros y columnas.